miércoles, octubre 08, 2008

Italiana, Hawaiiana












Nada tan triste como saciar el apetito con una pizza fea.
Nada arruina tanto la alegría ordinaria de la ingesta como reponer las fuerzas con un bocado indigno.
Se lo deben estar imaginando, otra vez me tocó comer un engendro de carnes frías refrigeradas, mala pasta y salsa de tomate extra ácida con la que se busca tapar el sabor a plástico de todos los ingredientes.
Lamentablemente me moría de hambre y le entré dejando atrás todos mis prejuicios.
El hambre y la calentura en eso se parecen, ni se ocultan ni se contienen, se portan en el semblante, como una camiseta, como un pin.
Soy víctima de mi pésimo juicio. El carnaval de agruras viene y va, yo sólo atino a sentirme mareado. En las entrañas se me cimbra el alma de una salchicha que se niega a concebir la penumbra de mis tripas como su cristiana sepultura. Retazos de piña vieja surfean las olas de mis jugos gástricos.
Trato de hablar y me trabo, trato de respirar y siento que si hago demasiado esfuerzo me terminará reventando el colon.
Un eructo y parece que traigo la mentada salchicha pegada al cogote con cinta canela.
No comía de esas pizzas hace meses y hace años que no las comía con C (qué dieta la de aquellos tiempos). C tiene una costumbre descortés al comer pizza: abre la caja toma su fragmeto y no vuelve a taparla.
El caracter colectivo que el mundo contemporáneo ha otorgado al plato, exige cierto protocolo y cerrar el empaque para que no se enfríen las rebanadas que, pacientes, esperan una mano dulce que les muestre la ruta hacia una boca, es uno de sus incisos fundamentales.
C no respeta ese protocolo, no lo ha hecho en todos los años que he tenido el gusto de sentarme con él a la misma mesa. Hoy, después de tanto tiempo, volvimos a comer juntos. Hoy, minutos después de que había llegado el bodoque, lo ví allí, sobre la mesita plegable de madera, recibiendo las caricias del aire helado.

El acto no me molestó en forma alguna, como sí lo hacía antes y como seguro lo habría hecho hasta hace poco. Supongo que encontrarle cariño a los malos hábitos de los amigos es una forma dulce de irse haciendo viejos juntos.
Tomé mi porción (bueno, tomé como cinco o seis no hay razón para mentir), cerré la caja y usé mi silencio para decirle a C que aquí estoy, ya cerca de los 30, y que lo quiero mucho.

By
Julio Martinez Rios

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